@daviniasuarez
Adicta a las letras, al chocolate, a los abrazos, al mar, al azul, a soñar, a internet, a las sonrisas, a viajar, a los besos. Soy SM Strategist y periodista
Sinestesia
A estas alturas, reconozco que aún no sé qué es Twitter. No sé si es una red social, una plataforma de microblogging, un servicio de noticias en RSS -que sí, que también se da el caso-, una sala de espera para el psiquiátrico, una reunión de AIA -adictos a internet anónimos- o simplemente la mejor herramienta humana jamás creada para fomentar la procrastinación. Quizás un poco de todo, quizás un poco de nada.
Yo tengo claro que para mí Twitter no es un patio de vecinos, para empezar porque a veces digo cosas allí que jamás les diría a mis vecinos -por razones que prefiero guardarme- y segundo porque hay muchas personas allí con las que tengo mucha más confianza que con mis vecinos -sí, por mucho que lo he intentado en mi edificio es sumamente complicado pasar del hola y los buenos días-. También tengo muy claro que no es “eso dónde están los famosos” porque a estas alturas, después de más de dos años en el mundillo los únicos famosos a los que sigo son un par de periodistas -que ya me están cansando, todo hay que decirlo- y lo bueno de Twitter es que si no les sigues es como si no existieran. Así que yo ni noto su presencia más allá de algún trending topic.
Tener claro lo que no es, no significa tener claro lo que sí es, pero haré un esfuerzo. Alguien dijo una vez que Facebook era el lugar donde tenías a la gente que te ibas encontrando por la vida y Twitter el lugar donde tenías a las personas que te hubiese gustado encontrarte. Creo que esa es sin duda la mejor definición para mí. Twitter me ha dado la posibilidad de debatir, compartir, conversar, recomendar canciones, textos, obras de teatro, películas, reunirme, sacar proyectos adelante, difundirlo, cumplir sueños, planear viajes y colaborar personal y profesionalmente con tantas personas tan válidas y con tantas cosas en común conmigo que hubiese sido imposible cruzármelas en la vida de otra forma. O quizás no tan díficil, pero sí en tan corto espacio de tiempo.
De Twitter me llevo -y espero seguir llevándome- amigos que sé que estarán ahí el resto de mi vida -siga existiendo o no la plataforma-, me llevo personas auténticas, con las ideas claras, otras con un corazón que no les cabe en el pecho, personas que han hecho posible que yo esté aquí hoy escribiendo esto con una sonrisa en la cara, que han estado ahí en los malos momentos -y también en los buenos-, que me han apoyado, personas de las que me he enamorado -del todo, a ratos, a medias y también platónicamente- y con las que he compartido noches. Yo me llevo un millón de cosas aprendidas, conversaciones con “risas calladas”, minutos de odio compartido, reparte flyers, DMs picantes, románticos, cómicos, con rapapolvos y broncas, me llevo el gusanillo en el estómago de descubrir lo transparente que puedo llegar a ser a veces o lo perspicaz que es la gente ante tweets que aparentemente no dicen nada. Me quedo con esa facilidad con la que los tuiteros colaboran y ayudan en proyectos que antes habría sido imposible llevar a cabo para tenerlos terminados en minutos o en horas, a menudo sin ningún tipo de remuneración o beneficio. Me fascina ese preguntar algo, lo que sea, y que siempre haya alguien capaz de darte una respuesta válida y precisa, ese alguien a quién te hubiese costado muchas llamadas encontrar. Me llevo la preciosa experiencia de descubrir cómo gente que me cae bien por separado en la vida real, de repente, se encuentra en Twitter, por su cuenta, sin que yo los presente y se caen bien. Me parece que en el fondo esta red social está repleta de magia, una magia que cuesta entender -yo me pasé siete meses antes de entrar en serio-, pero engancha, y vaya si engancha.
Pero también me llevo una enseñanza: detrás de cada avatar hay una persona que ya era persona en el 1.0 y por ello, Twitter es como la vida. Hay de todo, los amables y los antipáticos, los prepotentes y los humildes, los generosos y los tacaños, los sinceros y los falsos, por eso, como en la vida, cada cual sabe a quién seguir, a quién no, de quién fiarse, de quién no. Pero de eso se trata también el arte de vivir, ¿no?